
Los niños muerden por muchas razones, siendo una conducta propia de la primera infancia y que está presente en el desarrollo del niño.
Los bebés utilizan su boca para explorar, aprender de su entorno y relacionarse. Desconocen la noción de empatía y dolor ajeno, además actúan por impulsos: muerden porque están alegres, porque quieren conocer los objetos o necesitan aliviar el dolor de sus encías.
En los niños de 1 a 3 años esta conducta tiene una manifestación diferente. Por lo general a esta edad ya han iniciado el maternal ampliando la relación con el entorno, sin embargo aún no adquirido el lenguaje necesario, ni las habilidades sociales suficientes para comunicarse, resolver conflictos y hacerse entender. La conducta de morder es una de las formas más rápidas de conseguir un juguete, defenderse o llamar la atención. El mordisco a esta edad es la respuesta ante una situación – estimulo que genera estrés o frustración: entorno desconocido, ausencia del padre o madre, hambre, nacimiento de un hermano o sentirse amenazado.
En la edad preescolar los mordiscos tienen a desaparecer, aunque existen casos que se dan por modelamiento (imitación) o como un recurso para controlar una situación, defenderse, llamar la atención o por una gran frustración o enfado. Cuando estamos ante un caso de mordiscos persistentes entre los 3 y los 5 años, probablemente sea el reflejo de problemas emocionales o conductuales, ya que a esta edad el niño posee las habilidades suficientes para poder expresar sus emociones y necesidades.
Para intervenir la conducta de morder a la vez que deseamos mantener una interacción positiva con el niño, es importante entender las posibles causas y actuar en consecuencia, por lo que es necesario:
1.- Observar y determinar antecedentes y consecuentes de la conducta. Analice todo el contexto de la situación, horario, personas, lugares, alteraciones de la rutina, entre otras posibles causas.
2.- Una vez determinado el origen del mordisco, adapte el entorno y permanezca atento. (Si las causas están bien definidas es posible anticipar la conducta, evitándola).
3.- En caso de presentarse el mordisco, intervenga (con calma), sin reaccionar de manera exagerada. Converse con el niño que mordió de manera clara y concreta, haciéndole entender que le causó daño al otro niño. Propicie en ambos niños la comprensión de lo sucedido, de manera breve y con un discurso acorde a su edad. De ser “posible” estimule el acercamiento entre ambos niños, pero no los obligue si no lo desean.
4.- Atienda al niño que recibió el mordisco. De ser necesario brinde los primeros auxilios y reconfórtelo. En caso de heridas profundas, lave la zona con agua y jabón, aplique una compresa de hielo (cubrir con paño) para evitar la inflamación.
5.- Si la situación ocurrió en el preescolar, informe a los padres de ambos niños, describa la situación e informe que se activará el plan de intervención conductual definido en su protocolo de acción. Explique en qué consiste y cómo se aplica, propiciando la participación de los representantes de ambos niños. Esto generará confianza y seguridad en los padres.
6.- Actúe de manera inmediata. Recordemos que basta un segundo para instaurar una conducta pero muchas horas de acción para disminuirla y eliminarla.
7.- Prevenga los mordiscos prestando atención a una posible situación – estimulo.
8.- Una vez que inicie el plan de intervención conductual, no olvide reforzar la conducta deseada. Tendrá más éxito y la conducta disminuirá en menor tiempo.
Msc. Dayana Carrillo
Terapeuta Conductual